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El Maligno de los argentinos: José Torres, una leyenda del BMX que desafió todos los límites

Con su cuerpo reconstruido y su espíritu indomable, José Torres se ha convertido en una figura mítica del BMX. Desde sus humildes comienzos en Córdoba hasta su consagración olímpica en París, la historia de José es un testimonio de perseverancia, ingenio y pura pasión por el deporte. Sus cicatrices cuentan una historia de lucha y triunfo, haciendo de su medalla de oro una verdadera corona de inmortalidad.


José Torres tiene clavos en sus codos, y su fémur también fue reparado; la parte izquierda de su cuerpo está enchapada en acero quirúrgico, y sus huesos, con el estaño del tiempo, han sido soldados. La vida misma le fue enseñando. Nadie alcanza el oro sin cicatrices. Nadie llega a ser mago si antes no se bañó en realidad. Ahí está el mérito de este chico, ahí está el origen de este mito. Pudo haber renunciado tantas veces a su sueño. Pudo haber pedaleado sin entregarse de cuerpo y alma, limitarse a la llana comodidad de los grises. Pero no habría sido él, El Maligno de los argentinos.

Desde que se inició a los 11 años en el BMX con su gemelo, nunca abandonó su bicicleta. La alzó en los triunfos y la abrazó cuando caían juntos. Nunca la culpó. Si se rompía, la reparaba. Si los frenos se gastaban, él manejaba más fuerte. Si la pista era chica, él la hacía grande. Si ya era una rutina entrenar, él descubría nuevos ángulos y medidas. Si se hacía tarde para andar en bici, él no usaba reloj. Si todos iban a una velocidad, él se echaba a volar. Si no había monedas para viajar a competir, él hacía mejores piruetas para atraer mejores patrocinadores. Si el asma lo perseguía, él lo invitaba a dar una vuelta. Si los Juegos Olímpicos eran un sueño, él los hizo realidad.

Si lo sabrán Don Paco y Doña Amil, ansiosos en la mañana, siguiendo los acontecimientos por televisión. Aquél niño nacido en Bolivia y criado en Córdoba, estaba por ser noticia a nivel mundial. Los curiosos veían una paridad genérica en la definición. No sabían, solo sus padres tal vez, que él se había guardado los mejores trucos para la final. Era la última maldad que le quedaba por hacer. Les hizo creer a todos que tenían posibilidades de ganarle. Ahí anda El Maligno, por los cielos de París, lleva un casco ajustado y una sonrisa de oreja a oreja. Una medalla de oro lo hizo inmortal.

Escrito por: Adrián Michelena
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