Llegó a la Casa Rosada en diciembre de 2019 con la promesa de un gobierno moderado que aseguraba racionalizar al kirchnerismo duro frente a un escenario público repleto de actores constantemente cascoteados por la entonces flamante Vicepresidenta y sus seguidores. Arduo desafío se propuso de arranque el nuevo presidente.
¿Cómo dilapidar rápidamente un enorme capital político acumulado? El cierre de la presidencia de Alberto Fernández le ofrece a la Ciencia Política moderna un interesante caso de estudio para explicar empíricamente un fenómeno de pérdida precipitada del aval social a un gobierno determinado.
Alberto Fernández termina su mandato como presidente de la nación con un tremendo porcentaje de desaprobación tanto de su gestión como de su figura personal. “Alberto” finaliza su paso por la presidencia con un 88% de insatisfacción general y con un rechazo a su gestión del 83% de la población.
En términos nominales es una cifra impactante. En términos relativos es aún peor. En febrero/marzo de 2020, cuando apenas llevaba dos meses al frente del país, la satisfacción popular alcanzaba al 60% de la población, prueba de que el entonces nuevo presidente era sinónimo de esperanza. Y la imagen positiva del presidente Fernández era del 70%. Todo eso fue dilapidado en tres años.
Fernández llegó a la Casa Rosada en diciembre de 2019 con la promesa de hacer un gobierno moderado que aseguraba racionalizar al kirchnerismo duro de cara a un escenario público repleto de actores constantemente cascoteados por la entonces flamante vicepresidenta y sus seguidores. Arduo desafío se propuso de arranque el nuevo presidente. Tenía sus razones. Su currículum vitae, que destacaba su experiencia como jefe de gabinete de Néstor y Cristina, exhibía un perfil dialoguista y conciliador. “Alberto” iba por la escena política remendando todo lo que el matrimonio Kirchner rompía con su policymaking confrontativo y su discurso agrietado.
La llegada de Fernández a la presidencia en 2019 fue para muchos la esperanza de un gobierno abierto a los intereses y necesidades de los distintos sectores, incluida la oposición. Y de hecho, hubo algunos amagues iniciales propiciados por la pandemia. Las fotos con Kicillof y Larreta, su alianza con amplios sectores de poder, hacían prever un gobierno republicano, abierto, tendiente a la gobernanza (gobernar “con” otros), etcétera. Pero duró poco. Las propias actitudes del presidente y su círculo (la fiesta de Olivos, por ejemplo), la baja calidad institucional de sus decisiones (quita de coparticipación a la Ciudad de Buenos Aires, el vacunatorio vip, el cierre de escuelas) y la incapacidad técnica para abordar los problemas que la coyuntura le impuso (pandemia, guerra, sequía) llevaron a este final con los números contundentes expuestos en un nuevo estudio de la prestigiosa Universidad de San Andrés.
Mauricio Macri dejó el gobierno con un bajo nivel de satisfacción general (35%) y una imagen positiva tenue (50%). Alberto Fernández llegó a la Casa Rosada con un ramo de promesas que ilusionaron a no pocos. Pero no supo o no pudo sostener con su comportamiento ni con su policymaking aquel compromiso asumido con la sociedad.
La Encuesta de satisfacción política y opinión pública de UDESA, como era de esperar, revela que la inflación es el principal problema de los argentinos. El 59% de los encuestados dice que ahí está aquello que le quita el sueño. En segundo lugar figura la corrupción. Y en tercero, la inseguridad.
Un dato no menor: la inflación es un problema cuya percepción es transversal a todos los espacios políticos. Tanto los encuestados que votan a La Libertad Avanza como a Juntos por el Cambio y a Unión por la Patria colocan a este flagelo al tope de la tabla de posiciones de las preocupaciones principales de su vida. En el caso de la corrupción, el votante de UxP no le adjudica tanta relevancia como los demás encuestados.
Otro dato interesante. En septiembre de 2023, el ítem “corrupción” desbancó del segundo lugar del ranking a “inseguridad”. Esto se explica, según los especialistas, en la difusión de casos contundentes tales como el “Yategate” de Insaurralde como el de las tarjetas de débito de “Chocolate” Rigau.
El core del estudio está en el apartado que indaga sobre la mirada retrospectiva y la prospectiva. Eso permite explicar el desánimo generalizado y la falta de esperanzas de futuro. El 84% de los encuestados siente que el país está peor que hace un año. Y apenas un 38% tiene esperanzas de que va a estar mejor dentro de un año. Cuando la pregunta es en términos personales, el 60% siente estar peor que un año atrás. Esa brecha con la sensación país se explica por la implementación de políticas de transferencia de dinero (bonos, créditos, etcétera) que conllevan emisión monetaria descontrolada y, ergo, inflación.
Mientras todo esto pasa, el presidente está ausente de la administración pública. Se limita solo a hacer actos protocolares y a los viajes diplomáticos de nulo impacto real.
Como sea, los números del gobierno, tanto en la macroeconomía como en los estudios de opinión pública, son malos. Ahí está el núcleo de la campaña electoral de Sergio Massa: despegarse de Alberto, ocultarlo, ocultar también a Cristina y buscar -como sea- crear expectativa en un terreno desesperanzado. La pregunta es: ¿alcanza con eso? La respuesta la tendremos el próximo domingo 19 de noviembre en él balotaje.
¿Cómo dilapidar rápidamente un enorme capital político acumulado? El cierre de la presidencia de Alberto Fernández le ofrece a la Ciencia Política moderna un interesante caso de estudio para explicar empíricamente un fenómeno de pérdida precipitada del aval social a un gobierno determinado.
Alberto Fernández termina su mandato como presidente de la nación con un tremendo porcentaje de desaprobación tanto de su gestión como de su figura personal. “Alberto” finaliza su paso por la presidencia con un 88% de insatisfacción general y con un rechazo a su gestión del 83% de la población.
En términos nominales es una cifra impactante. En términos relativos es aún peor. En febrero/marzo de 2020, cuando apenas llevaba dos meses al frente del país, la satisfacción popular alcanzaba al 60% de la población, prueba de que el entonces nuevo presidente era sinónimo de esperanza. Y la imagen positiva del presidente Fernández era del 70%. Todo eso fue dilapidado en tres años.
Fernández llegó a la Casa Rosada en diciembre de 2019 con la promesa de hacer un gobierno moderado que aseguraba racionalizar al kirchnerismo duro de cara a un escenario público repleto de actores constantemente cascoteados por la entonces flamante vicepresidenta y sus seguidores. Arduo desafío se propuso de arranque el nuevo presidente. Tenía sus razones. Su currículum vitae, que destacaba su experiencia como jefe de gabinete de Néstor y Cristina, exhibía un perfil dialoguista y conciliador. “Alberto” iba por la escena política remendando todo lo que el matrimonio Kirchner rompía con su policymaking confrontativo y su discurso agrietado.
La llegada de Fernández a la presidencia en 2019 fue para muchos la esperanza de un gobierno abierto a los intereses y necesidades de los distintos sectores, incluida la oposición. Y de hecho, hubo algunos amagues iniciales propiciados por la pandemia. Las fotos con Kicillof y Larreta, su alianza con amplios sectores de poder, hacían prever un gobierno republicano, abierto, tendiente a la gobernanza (gobernar “con” otros), etcétera. Pero duró poco. Las propias actitudes del presidente y su círculo (la fiesta de Olivos, por ejemplo), la baja calidad institucional de sus decisiones (quita de coparticipación a la Ciudad de Buenos Aires, el vacunatorio vip, el cierre de escuelas) y la incapacidad técnica para abordar los problemas que la coyuntura le impuso (pandemia, guerra, sequía) llevaron a este final con los números contundentes expuestos en un nuevo estudio de la prestigiosa Universidad de San Andrés.
Mauricio Macri dejó el gobierno con un bajo nivel de satisfacción general (35%) y una imagen positiva tenue (50%). Alberto Fernández llegó a la Casa Rosada con un ramo de promesas que ilusionaron a no pocos. Pero no supo o no pudo sostener con su comportamiento ni con su policymaking aquel compromiso asumido con la sociedad.
La Encuesta de satisfacción política y opinión pública de UDESA, como era de esperar, revela que la inflación es el principal problema de los argentinos. El 59% de los encuestados dice que ahí está aquello que le quita el sueño. En segundo lugar figura la corrupción. Y en tercero, la inseguridad.
Un dato no menor: la inflación es un problema cuya percepción es transversal a todos los espacios políticos. Tanto los encuestados que votan a La Libertad Avanza como a Juntos por el Cambio y a Unión por la Patria colocan a este flagelo al tope de la tabla de posiciones de las preocupaciones principales de su vida. En el caso de la corrupción, el votante de UxP no le adjudica tanta relevancia como los demás encuestados.
Otro dato interesante. En septiembre de 2023, el ítem “corrupción” desbancó del segundo lugar del ranking a “inseguridad”. Esto se explica, según los especialistas, en la difusión de casos contundentes tales como el “Yategate” de Insaurralde como el de las tarjetas de débito de “Chocolate” Rigau.
El core del estudio está en el apartado que indaga sobre la mirada retrospectiva y la prospectiva. Eso permite explicar el desánimo generalizado y la falta de esperanzas de futuro. El 84% de los encuestados siente que el país está peor que hace un año. Y apenas un 38% tiene esperanzas de que va a estar mejor dentro de un año. Cuando la pregunta es en términos personales, el 60% siente estar peor que un año atrás. Esa brecha con la sensación país se explica por la implementación de políticas de transferencia de dinero (bonos, créditos, etcétera) que conllevan emisión monetaria descontrolada y, ergo, inflación.
Mientras todo esto pasa, el presidente está ausente de la administración pública. Se limita solo a hacer actos protocolares y a los viajes diplomáticos de nulo impacto real.
Como sea, los números del gobierno, tanto en la macroeconomía como en los estudios de opinión pública, son malos. Ahí está el núcleo de la campaña electoral de Sergio Massa: despegarse de Alberto, ocultarlo, ocultar también a Cristina y buscar -como sea- crear expectativa en un terreno desesperanzado. La pregunta es: ¿alcanza con eso? La respuesta la tendremos el próximo domingo 19 de noviembre en él balotaje.
Fuente: TN