La
desertificación es la degradación de las tierras y produce la reducción o
pérdida de productividad y diversidad biológica o económica de las tierras
agrícolas, los ambientes naturales, pastizales y regiones forestadas.
La Convención de las Naciones Unidas de
Lucha contra la Desertificación define a este proceso como “la degradación de
las tierras de zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas resultante de
diversos factores, como las variaciones climáticas y las actividades humanas”.
La desertificación puede darse por
causas naturales pero es la actividad humana la que, con su impacto, muchas
veces da inicio a estos procesos. En estos casos, la desertificación se produce
como resultado de un desequilibrio a largo plazo entre la demanda de servicios
de los ecosistemas por parte del hombre y lo que los ecosistemas pueden
proporcionar.
Entre los factores que ponen en riesgo
la calidad y existencia de nuestros ecosistemas y zonas productivas se
encuentran la deforestación, el crecimiento urbano concentrado en ecosistemas
frágiles, el manejo de los recursos hídricos, las actividades extractivas, las
prácticas agrícolas inadecuadas, el sobrepastoreo y la competencia por el uso
del suelo.
El oasis y el secano
Nuestra provincia distingue dos áreas:
una de montañas y piedemontes, al oeste, y otra de planicies, hacia el este.
Los ríos formaron sobre las planicies los conos aluviales que posibilitan el desarrollo
de las zonas irrigadas que llamamos oasis. Estos representan el 5% de la
superficie provincial y constituyen el soporte de casi el 95% de la población,
con densidades máximas en las zonas urbanas de 300 habitantes por kilómetro
cuadrado.
La distribución de la población de los
centros urbanos y de las actividades productivas muestra un marcado proceso de
concentración en estos oasis, en claro contraste con el resto del territorio,
casi deshabitado y árido: el secano.
En términos económicos, en el secano
predomina la ganadería extensiva y una gran presión sobre los servicios
ambientales del monte (leña, madera, postes, pasturas, flora autóctona, como
herbáceas medicinales, aromáticas, y carbón). Esta zona tiene muy baja
incidencia en la economía global de la provincia. Se caracteriza por la baja
densidad poblacional, precipitaciones medias de 150 mm anuales y redes de
servicios públicos insuficientes y poco eficientes.
Debido a que los caudales de los ríos se
utilizan íntegramente para el riego de la zona cultivada y el consumo de los
asentamientos urbanos, las áreas deprimidas del desierto ya no reciben aportes
hídricos superficiales. La competencia por el uso del agua, como factor
limitante, surge como uno de los principales conflictos ambientales en la
interacción oasis-secano. Es esta falta de equilibrio territorial la que
constituye la base de parte de la problemática ambiental en Mendoza,
manifestada en la concentración económica y demográfica.
El desafío
La desertificación afecta negativamente
a los recursos suelo, agua y vegetación, perturba los ciclos biogeoquímicos y
aumenta la pérdida de diversidad biológica, disminuyendo la biomasa y la
productividad. Es importante señalar que si se suman las áreas naturales
protegidas, los sitios Ramsar, los bosques nativos y los ríos y espejos de
agua, más del 30% de la superficie de la provincia está bajo normas legales de
conservación. No obstante, una de las consecuencias más significativas
asociadas a la desertificación es el incremento de las condiciones de pobreza y
marginación social, que conllevan a la migración rural y suburbana.
En nuestro planeta, aproximadamente
entre el 10 y el 20% de las tierras secas se encuentran ya degradadas y, de no
tomarse medidas al respecto, la desertificación pondrá en peligro futuros
avances en el bienestar humano y posiblemente hará perder el bienestar ganado
en algunas regiones. Por todo ello, la desertificación es en la actualidad uno
de los mayores desafíos medioambientales y un obstáculo de primer orden para satisfacer
las necesidades básicas del hombre en las tierras secas.